jueves, 6 de enero de 2011

EL MAPA DE LOS POBRES

Hace años, me tocó participar en un proyecto muy ambicioso y apasionante del gobierno de México: la elaboración de un inventario de los recursos naturales y la infraestructura del territorio nacional en forma de un gigantesco mapa (en realidad 5 mapas de la república, a la escala de 1:50,000, de 65 por 40 metros cada uno). Este proyecto, como tantos aquí, se truncó al cambio de regímenes y fue, como tantas iniciativas excelentes, el fruto de la idea de una sola persona, el ingeniero geólogo Juan Bautista Puig de la Parra. La institución encargada de realizarlo, se llamó Comisión de Estudios del Territorio Nacional, CETENAL, dependiente en aquél entonces directamente de la Presidencia de la República y dirigida por el propio Puig.

Puig estaba tan seguro de la bondad de su idea, que convenció en masa al gabinete del presidente Díaz Ordaz y también, directa o indirectamente, a cientos de personas para participar comprometidamente en el proyecto. Creía que sólo mediante el mapa detallado de los recursos naturales —el suelo, por ejemplo— podrían los campesinos saber cómo hacer que su tierra rindiera; qué cultivar y cómo evitar la erosión y el deterioro. Por supuesto, el conocimiento del territorio, a través de este mapa, detonaría el progreso, desde los sectores económicamente más desprotegidos hacia arriba, sacando al país del subdesarrollo (ése era el término en 1968).

Los fotointérpretes de la CETENAL, recorrimos grandes zonas del país, a través de las fotografías aéreas y las brechas, para ir armando este mapa, y eso nos llevó a conocer a la tierra y la gente de México en una forma y con una profundidad que al menos yo no había soñado posible. Aprendí mucho de los suelos de México y también de las personas.

A los suelos les practicábamos toda una serie de determinaciones en el campo y decenas más en el laboratorio, para conocer incluso la estructura molecular de los minerales que los componen y la cantidad de cargas eléctricas que mantienen a los nutrientes en donde las plantas puedan tomarlos para desarrollarse. Aprendimos a relacionar el relieve y la vegetación de los terrenos, visibles en el campo y en las fotografías tomadas desde el aire, con las características ocultas de las capas del suelo que se habían desarrollado bajo ellas. Y clasificábamos a los suelos con sofisticados nombres técnicos en latín, griego o ruso.

A la gente la fuimos conociendo porque pasábamos por sus rancherías y sus parcelas, con frecuencia platicábamos con ellos o los contratábamos para que nos ayudaran a cavar las fosas de más de un metro de profundidad en las que tomábamos las muestras. Y al menos yo descubrí que, acerca de los suelos de su región, sabían mucho, pero mucho más de lo que el mapa de suelos CETENAL podía decirle al mejor experto imaginable; y que en sus mentes había un mapa de los suelos —y del clima, la vegetación, etc.— mucho más detallado y dinámico que los que estábamos haciendo. Porque la gente del campo (bueno, los que quedan) vive su vida en el suelo y esa vida, y la de sus familias, ha dependido por siempre de un conocimiento detallado y profundo de ése suelo y del ambiente.
Como premio por un esfuerzo y una honestidad notables, Juan B. Puig fue despedido y la parte medular de su proyecto cancelada hasta la fecha. Poco tiempo después falleció prematuramente, como suele ocurrirles a quienes son despojados de su sentido de vida.
Pocos meses antes de su destitución me llamó a su despacho (nos conocía bien a casi todos los 2000 empleados de la ya rebautizada DETENAL) y me encargó que le escribiera un folleto...

— ...traduciendo —dijo— esos nombres técnicos de la clasificación de suelos, tan complicados, a términos que los campesinos puedan entender.

— Pero ingeniero —le contesté—, los campesinos saben de sus suelos mucho más de lo que les puede decir la carta edafológica. Nuestros mapas no son para los campesinos sino para los técnicos en las secretarías, para que planeen menos burradas; con más información.

— Tú házmelo, ándale. Hazme —no olvidaré lo que me dijo— la clasificación de los pobres.

En fin, trabajé en el folleto, que quedó listo cuando ya Puig no era nuestro director, hecho un tanto a regañadientes y lamentable si pensamos que era para los campesinos. Para que entiendan qué tan lamentable, les paso al costo sólo el título: Descripción de la Leyenda de la Carta Edafológica DETENAL.

Admiro a Puig (junto con mucha gente que lo conoció) como a una persona íntegra, capaz; un humanista y un patriota (en el oculto buen sentido de la palabra); un soñador que supo hacer de su sueño una realidad avasalladora. Parte de ese sueño, la carta topográfica 1:50,000, hoy del INEGI, sigue siendo un mapa que ya quisieran muchos países, hecho en un tiempo récord; y una herramienta poderosísima para la planeación que se emplea cotidianamente por cientos y cientos de personas e instituciones, y que fue por muchos años (probablemente hoy lo siga siendo) el best seller del INEGI, tanto en pesos como en número de ejemplares.

Pero Puig estaba equivocado, porque el mapa de suelos de los pobres, el que sí les sirve a pesar de las tonterías que hagan los planeadores, está realmente dentro de las mentes del cada vez menor grupo de la población que conoce y cultiva el suelo.

Es un mapa finísimo, inimaginable en su detalle para los que no hemos vivido de la tierra, que forma parte de la cultura de la gente, está distribuido por pedacitos en miles y miles de mentes y se vuelve cada vez más incompleto, porque la gente se va, porque el suelo es comprado para otros usos; porque a este país parece ya no importarle...

El mapa de los pobres refleja la compleja, impredecible y dinámica naturaleza del mundo real en el que vive e interactúa la gente con su tierra*. Se contrapone a las nítidas (platónicas) líneas que trazamos los técnicos, empeñados en reducir a la realidad a objetos (temas o capas) separados y negar que existen innumerables relaciones que no vemos, ni terminaríamos jamás de entender con nuestros métodos habituales.

Porque para conocer esta realidad y este mapa, es necesario ir hacia los que lo poseen, ganarnos su confianza, tan maltrecha por siglos de engaños e incomprensión (más las porquerías que salgan a la luz esta semana...), convencerlos de que lo compartan con nosotros, despojarnos de tantos prejuicios y trabajar a partir de él y junto con ellos, sus dueños y beneficiarios, cualquier plan, cualquier proyecto, si queremos que realmente los (y nos) incluya, que tenga contenido social, que sea factible y se mantenga a través del tiempo**.

* No crean que soy tan romántico de pensar que los campesinos sí tienen la verdad. Creo que su mapa mental es subjetivo y tiene deficiencias; es humano, vaya. Sólo digo que intuye, en forma integrada, características más importantes desde el punto de vista práctico y, por tanto, funciona mejor que el de los técnicos.
** Disculpen los términos: ya no me gusta la palabra sustentable, así como me da náuseas la de solidaridad.